Adán, la necesaria expulsión del paraíso 22 de julio del 2025


Pensándolo bien    Jorge Zepeda Patterson

Alfredo San Juan

​La debacle política de Adán Augusto López, líder del Senado, luego de la grave acusación sobre su ex secretario de Seguridad en Tabasco, representa una abolladura para Morena. El daño es innegable. Pero también lleva a reflexionar sobre el papel de estos personajes encumbrados por López Obrador sin haber tenido ninguna relación con las banderas del movimiento o con los ideales de la izquierda. Una oportunidad para afirmar el liderazgo de Claudia Sheinbaum contra las rémoras que, en la práctica, constituyen una amenaza de restitución del PRI desde adentro de Morena. Aquí una explicación.

¿Qué podía salir mal en un equipo de trabajo en el que tres rivales heredan un poder político inmenso? La fórmula de sucesión de Andrés Manuel López Obrador fue diseñada para evitar divisiones de cara a la elección presidencial. Entregó el bastón de mando a Claudia Sheinbaum, y con ello el Poder Ejecutivo, pero dejó el Poder Legislativo y las mayorías constitucionales en manos de sus competidores Adán Augusto López y Ricardo Monreal.

Pasada la elección, los dos alfiles asumieron que una vez jubilado el rey, la mesa estaba puesta para compartir el poder. Los primeros meses pusieron a prueba a la nueva mandataria, uno desde el Senado y el otro desde la Cámara de Diputados. Se trató de un pulso soterrado: aparentemente se subordinaban a Palacio respecto al rumbo de la 4T, pero ellos ajustaban el ritmo y las formas para convertirse en gestores frente al resto de los actores políticos. Dilataron o aceleraron las iniciativas, introdujeron cláusulas, pactaron con poderes regionales y líderes sindicales, monopolizaron la relación con la oposición y los partidos aliados. Lo siguen haciendo.

Las cosas pudieron haberse convertido en una pesadilla para Claudia Sheinbaum. Sin embargo, varios factores operaron a su favor. Unos atribuibles a méritos personales, otros a los errores de sus rivales. Para empezar, el triunfo personal que significó obtener casi 60 por ciento de los votos (59.6 por ciento), por encima de la cifra conseguida por Morena en las cámaras (54 por ciento). Segundo, el entusiasmo que generó el arribo de la primera mujer a la silla presidencial y una popularidad que ha rondado el 80 por ciento. Tercero, un estilo firme de liderazgo, de ideas claras y pertinentes. Y cuarto, la prestancia de la Presidenta para establecer su propia red de relaciones con los poderes fácticos y los gobernadores (para lo cual las giras de los fines de semana han sido claves). En ese pulso con sus potenciales rivales, ella ganó rápidamente el espacio público y la legitimidad, muy por encima de los intentos mediáticos de Adán Augusto y Monreal para posicionarse. Pero esto no fue gratuito; ha significado un esfuerzo puntual y ha requerido una enorme energía.

Tampoco es que eso les haya quitado el sueño a estos tiburones. Entendiendo que operaban con desventaja frente a los reflectores, y aunque sin renunciar a ellos, buscaron tejer en corredores, pasillos y sobremesas la verdadera gestión del poder. Para fortuna de la Presidenta, enseñaron muy rápidamente el cobre. Los escándalos de ambos al intentar imponer a sus ahijados y ahijadas de manera abusiva, las alianzas con impresentables, sus lujos y desmesuras, sus expresiones desafortunadas. Muestras evidentes de lo que el obradorismo o la izquierda han sabido siempre sobre estos dos personajes: nunca han pertenecido a este movimiento. Se pasaron a Morena cuando no pudieron seguir prosperando en el PRI. Basta recordar que Adán Augusto seguía siendo militante y dirigente del partido en Tabasco, 12 años después de iniciada la lucha de López Obrador en aquel estado. Peor aún, todavía en el 2000 fue el jefe de campaña de Manuel Andrade en contra del candidato de Andrés Manuel y del PRD a la gubernatura.

Están allí porque en algún momento López Obrador asumió que podían ser útiles en su larga cruzada en pos de la silla presidencial. Algo que podría entenderse por las dificultades para vencer al sistema con sus propias artimañas, por así decirlo. Lo inexplicable es que dos individuos tan ajenos a la ideología y a las banderas de la Cuarta Transformación hayan terminado en posiciones encumbradas y con tanto poder real. López Obrador debe haber tenido sus razones para tomar una decisión tan cuestionable. Un tema que merecería ser abordado en un texto aparte, porque suya habría sido la responsabilidad al entregar tanto poder a un personaje tan oscuro. Y aquí una acotación personal. No se trata de un repudio oportunista a Adán Augusto López, ahora que le estarían exhibiendo los trapos sucios. En esta columna se argumentó una y otra vez sobre su perfil priista, su desvinculación con los ideales de la 4T y su incongruente ascenso al poder.

Lo cierto es que lo que pudo convertirse en una amenaza para Sheinbaum ha comenzado a esfumarse. La sólida acusación en contra del secretario de Seguridad, presunto operador del cártel La Barredora, y que fue impuesto por Adán Augusto en Tabasco, constituye una tormenta con doble efecto. Por un lado, es un duro golpe a la imagen de Morena en términos políticos, como se ha señalado, y da alas a las acusaciones desmesuradas de los halcones de Washington sobre la supuesta relación del Estado mexicano con los cárteles de la droga. Un escándalo que no podía llegar en peor momento con respecto a las relaciones con Trump.

Pero del otro lado, pasada la tormenta, el escenario quedará esclarecido para la Presidenta. Independientemente de lo que vaya a pasar con Adán Augusto, sea que se quede o se retire como operador de la mayoría del Senado, se tratará desde ahora de un cadáver político. Y no se trata de hacer un linchamiento mediático. Simplemente que, al margen o no de la demostración de delitos, la protección de un cártel desde la estructura de gobierno de Tabasco compromete la reputación política o profesional de sus cabezas, amén de lo que vaya a hacer o deje de hacer la Fiscalía.

Y nadie va a extrañar la expulsión del paraíso de este Adán. Sobre todo por el riesgo que representaba: en el fondo la reconquista del poder por parte de los priistas y sus maneras de hacer. Una posibilidad que todavía existe, aunque por el momento Claudia Sheinbaum siga ganando la batalla.

Y aunque menos importante, lo de Adán Augusto podría tener un efecto secundario que habría que agradecer. Tendría que obligar a Morena a dejar de machacar con lo de Calderón y su esbirro Genaro García Luna. No se puede mantener esa cantaleta sin asumir la responsabilidad personal del ex secretario de Gobernación en lo de Tabasco. La 4T tiene logros y aspiraciones legítimas en las que confiar para no tener que seguir recurriendo a lo que hizo o no hizo un presidente mediocre hace ya trece años. Lo que sigue es cambiar el futuro, no mantenerse enganchados en el pasado.