Las reglas no escritas eran dos: discreción y silencio. Y aquel que se aceleraba se iba a su casa. Es decir, no salía en la foto por haberse movido, como decía Fidel Velázquez.
En esos tiempos todo mundo andaba derechito. Principalmente quienes aspiraban a suceder al presidente de la República.
Una quemada de antología ocurrió en 1952 cuando los principales contendientes a suceder a Miguel Alemán eran el Secretario de Gobernación, Adolfo Ruiz Cortines y el jefe del Departamento del Distrito Federal, Fernando Casas Alemán.
Mientras don Adolfo jamás tocó el tema sucesorio con nadie y menos con los periodistas, el primo del presidente daba por hecho que él sería el elegido y lo anduvo cacareando. El cacareo llegó a Tuxpan y 17 políticos locales se dejaron caer en la Secretaría de Gobernación para pedirle a Ruiz Cortines que les echara una mano.
“Queremos que nos ayudes a conseguir una audiencia con Casas Alemán que como bien sabes, será el próximo presidente. Y es que venimos a patentizarle nuestro apoyo”, dijo el que llevaba la voz cantante.
Solícito, el viejo zorro tomó el teléfono y llamó a Casas Alemán. La charla duró apenas un minuto tras el cual don Adolfo colgó y dijo: “Señores, el regente los recibirá en veinte minutos en su despacho”.
La bufalada salió a todo trote. Pero al bajar las escaleras del Palacio de Cobián, se toparon con un voceador que llevaba un altero de ejemplares de La Extra de Excélsior, cuyo encabezado decía que el PRI acababa de nominar candidato a la presidencia a Adolfo Ruiz Cortines.
Los búfalos tuxpeños se regresaron, pero don Adolfo ya no los recibió, ni ese día ni los seis años de su presidencia. A Casas Alemán lo enviaron al ostracismo de una embajada.
Dos semanas antes, Ruiz Cortines supo por el único conducto fiable: el presidente Miguel Alemán, que sería candidato a sucederlo. Pero le pidió su discreción y silencio. “Esperemos los tiempos del partido” le habría dicho el presidente.
Si hubiera cometido la imprudencia de tocar el tema por ejemplo con esos tuxpeños, jamás habría sido candidato. Pero el viejo, que era discreto por naturaleza, no le platicó ni a la almohada el gran secreto.
Nomás que esos tiempos ya pasaron incluso desde que el PRI seguía en el poder. Solo que no lo quiso ver así Enrique Peña Nieto.
En el último año de su gobierno, un periodista le preguntó cuándo daría a conocer el PRI el nombre de su candidato y Peña Nieto respondió. “Vamos a esperar los tiempos del partido”. El periodista le preguntó si eso no pondría en desventaja al elegido puesto que López Obrador llevaba más de seis años en campaña y Ricardo Anaya varias semanas.
Peña insistió: “Vamos a esperar los tiempos del PRI. Y no, el candidato de mi partido no llegará en desventaja”.
Lo demás ya lo sabes, lector. La desventaja de José Antonio Meade fue tan grande que cayó junto con el PRI al tercer lugar.
Con todo el poder en sus manos, Andrés Manuel impuso una nueva modalidad sucesoria y desde el segundo año de su gobierno impulsó la candidatura de Claudia Sheinbaum. El INE de Lorenzo Córdova lo paró en seco en más de una ocasión. Pero Lorenzo se fue y el INE de Guadalupe Taddei simplemente lo dejó hacer.
Esto fue algo así como la piedra de toque para que los aspirantes de Morena (y de otros partidos) comenzaran a manifestar en abierto su deseo de contender por un cargo de elección popular.
Que violaron la ley, claro que la violaron. Pero con sus multas de risa y sus “amonestaciones” verbales, el INE les hizo los mandados, principalmente al presidente.
Para la elección municipal del próximo año y una vez disuelta la alianza PAN y PRI (el PRD murió de inanición), ambos partidos irán en solitario. Si salen con la jalada de que escogerán a sus candidatos “cuando lleguen los tiempos”, puede que alcancen al PRD en el cementerio.
Alguien aunque sea por caridad, debe decir a las dirigencias del tricolor y blanquiazul, que el proceso y hasta las campañas para las alcaldías comenzaron el 3 de junio y que Morena les lleva poco más de dos semanas de ventaja.
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