Cinco claves para analizar el inicial sexenio de Claudia Sheinbaum 04 de octubre de 2024 04 de octubre de 2024

Hector Alejandro Quintanar

Opinion

Opinion   Hector Alejandro Quintanar

“Sheinbaum, así, no es alguien que se sumó a un barco ya navegante en el altamar de la política, sino que ha sido constructora desde su etapa de astilleros”.

En política siempre es preferible analizar a los actores protagónicos no con base en lo que nos prometen que van a hacer, sino con base en lo que en su trayectoria realmente han hecho. No es que sus promesas, discursos o palabras no valgan. Al contrario, éstas son indicativos fuertes de sus intenciones y envoltura de su ideología. Pero siempre conlleva más peso la cauda de hechos que construye la biografía política de los actores públicos.

De ahí que sus tomas de posición, sus entornos, sus antagonismos, el nivel de compromiso que imprimen en las causas que emiten, y, sobre todo, las decisiones que toman desde el poder público, instituciones o plataformas opositoras, deben ser las ventanas privilegiadas para observarlos y tratar de entenderlos a ellos y a sus proyectos.

Es con base en esas premisas que se debe observar al gobierno entrante de Claudia Sheinbaum Pardo. Es con base en la trayectoria política de la hoy presidenta que se pueden interpretar mejor sus posicionamientos y decisiones como mandataria. Es con base en sus hechos del pasado, en suma, que se pueden comprender mejor sus palabras y actos del presente.

En ese sentido, aquí se ofrecen cinco claves fundamentales para comprender el sexenio recién iniciado, cuya apertura el primero de octubre pasado fue una bisagra histórica entre un gobierno que en sí mismo fue inédito desde su origen, con una legitimidad y expectativa sin precedentes, hacia otro que, de manera indudable, rebasó en ese sentido a su antecesor, al contar con una legitimidad democrática aún mayor, una expectativa más alta y, asimismo, un acompañamiento legislativo con mayoría calificada para entronizar su proyecto. Aquí las claves a ese respecto:

Primera: Claudia Sheinbaum no es sólo obradorista, sino que es arquitecta también del obradorismo.

Denominamos obradorismo al movimiento político que hoy tiene una enorme preeminencia en la vida pública mexicana; como eje de gobierno desde 2018, como actor opositor protagónico desde 2004 y como una corriente ideológica con una serie de premisas, valores y prioridades más o menos bien definidas, donde resaltan el poner en el centro el combate a la pobreza y la defensa de la soberanía.

En ese sentido, en la construcción de ese movimiento, Claudia Sheinbaum no ha sido sólo una voz del coro sino una voz cantante. En su etapa opositora, Morena tuvo en Sheinbaum a una persona que labró territorio, que trabajó a ras de suelo tanto en coyunturas electorales o no electorales. En lo ideológico, la hoy presidenta es una constructora clave de la identidad política central del movimiento obradorista, que es la defensa de la soberanía energética, y el argumento central en ese sentido es el papel que jugó en 2008, ante el intento de privatización de Calderón, que tuvo en Sheinbaum a la principal expositora en el debate abierto en el senado al respecto y que articuló las ideas fundamentales con que debía correr una reforma nueva y soberanista.

Sheinbaum, así, no es alguien que se sumó a un barco ya navegante en el altamar de la política, sino que ha sido constructora desde su etapa de astilleros, ha recorrido sus plazas tanto como marinera como oficial, y hoy funge de capitana de ese actor político, que tiene en sus manos la presidencia de la república.

Segunda: Claudia Sheinbaum tiene una trayectoria política por sí misma.

Habituados a un obtuso amlocentrismo, la hoy disminuida oposición partidista y sus panfletistas centrales nunca han sido capaces de reconocer la capacidad de agencia de aquellos que integran el movimiento que hoy gobierna. Para ellos, todos son malas copias de AMLO o sus empleados incondicionales, en el mejor de los casos. Con esa óptica errática llevan meses interpretando a Claudia Sheinbaum y es normal que sus conclusiones sean disparatadas.

Shienbaum, a diferencia de López Obrador, llegó a la política por la vía de la lucha universitaria y como integrante de un movimiento estudiantil que rechazó una administración elitista en la UNAM. Su vida posterior la dedicó a la academia, donde resaltó en muchos aspectos, y haría su debut en el gobierno en el año 2000, donde fue una eficaz Secretaria del Medio ambiente en la Ciudad de México.

Como política de partido o activista de un movimiento, Sheinbaum lideró con eficiencia a las Adelitas contra la privatización petrolera en 2008; fue actriz clave para la veloz fundación de Morena como partido político y, además, se trata de alguien que hasta antes de 2018 había ganado dos elecciones de suma importancia: la Alcaldía Tlalpan en 2015 y la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México en 2018; méritos históricos que muchos de sus críticos de otros partidos, que la acusan de ser calca de López Obrador o regatearle méritos a sí misma, ni siquiera han estado cerca de soñar.

Tercera: Claudia Sheinbaum tiene un sello propio de gobierno.

El referente inmediato para entender a Claudia Sheinbaum no sólo como política sino como servidora pública, es su labor como Jefa de Gobierno en la capital mexicana. Ahí, en la gama de contraluces que significó su administración, resaltan logros históricos, como la reducción importante de delitos de alto impacto, la digitalización de procedimientos, la mejora de la red de transporte público y, en general, un gobierno que tuvo la virtud de complementar el sentido popular con la pericia técnica.

No fue exento de errores o de situaciones que aún se mantienen dubitativas, como la caída de la línea 12 del metro en mayo de 2021. Pero Sheinbaum mostró capacidad de reacción y un entorno que entreveró eficiencia política con aptitudes para llevar a un puerto decoroso el fin de su administración.

Cuarta: Claudia Sheinbaum entiende bien la relación con su antecesor.

La hoy presidenta ha sabido moverse como servidora pública en entornos adversos, como fue el escenario abierto por la elección en la Ciudad de México en 2021 -que sorteó bien, de acuerdo con los resultados locales de 2024-, y también en escenarios favorables, como fue el hecho de gobernar la capital del país mientras el presidente era una figura aliada importante, como López Obrador.

De ahí que se pueda colegir que ella conoce bien el papel que su antecesor significa en la vida política mexicana y la historia reciente de este país. Como un doctorante que sabe que sus méritos son protagónicos para hacer una tesis, sin que eso desmedre el papel del tutor, Sheinbaum tiene claros los alcances de la figura de López Obrador como referente de gobierno y como líder moral de un partido y movimiento, aunque formalmente haya decidido ya no militar en ellos.

Sheinbaum en la Ciudad de México jugó sus propias cartas sin perder enlaces ideológicos y estratégicos con el presidente. Supo ser parte del mismo movimiento sin ser una réplica de López Obrador. Hoy como presidenta, es probable que sepa repetir esa saludable dualidad donde imprima su sello propio a un gobierno que, necesariamente, debe ser de continuidad porque ambos mandatarios pertenecen al mismo proyecto labrado no en 2018, sino desde hace lustros.

Quinta: Sheinbaum enfrenta a una oposición debilitada pero ruidosa.

A diferencia de López Obrador, hoy Claudia Sheinbaum cuenta con aliados legislativos en mayor número y con alcances posibles para lograr mayorías calificadas y, por ende, cambios constitucionales. Sin embargo, la oposición partidista que le hará frente, pese a su reducción institucional, ha demostrado contar con otras vías no institucionales para ejercer su papel, como son la prensa corporativa, la comentocracia y empresarios ineptos pero con muchos recursos económicos.

El antagonismo central de Claudia Sheinbaum, es decir, la oposición partidista, está en la disyuntiva aún de mantener el papel saboteador, sectario y obtuso que, mayormente, jugaron en el sexenio de López Obrador; o tratar de reconstruirse con base en aceptar su derrota, aceptar que hoy el consenso social en México es favorable al obradorismo, y pretender fungir de un papel más racional y democrático en el segundo gobierno emanado de Morena. En tanto se procesa esa disyuntiva, vale pensar que su discurso será como el que ha sido siempre contra las izquierdas en México: protagónicamente sectario, apocalíptico y mentiroso.

Con este esbozo de claves se puede interpretar a un sexenio cuya ejecución de decisiones lleva apenas tres días, pero la construcción de su proyecto lleva ya lustros en la vida pública y ante el cual, como suele pasar en política, no hay sorpresas, sino sorprendidos.