
Falso refugio de la seguridad: el enemigo ficticio 22 de julio del 2025
Columna Invitada Juan Luis González Alcántara
Las dictaduras de izquierda tampoco se quedan atrás, el enemigo a vencer es el imperialismo y el capitalismo que practica sangrías al proletariado.
Buena parte del discurso justificativo expresado por los políticos de todos los tiempos es la necesidad de la sociedad civil de ceder parte del cúmulo de libertades en aras de un refugio efectivo y seguro.
En la construcción del pensamiento contractualista es notoria la idea, con matices si se quiere, pero con un eje común basado en acordar una serie de restricciones de la esfera de lo privado para mantener la salud del ámbito público. Con esto no se quiere decir que están errados clásicos como Montesquieu, Locke o Rousseau. Pero es tal vez en Hobbes en quien encontramos el primer esbozo de la figura del enemigo, o del mal acechante, que obliga a los individuos a cercenarse libertariamente para nos ser engullidos por sus pares y por el propio Leviatán, esto es, el Estado.
Sin embargo, se desvirtúa la necesidad colectiva de autoprotección cuando se deriva hacia la falacia del enemigo ficticio. Esto es, tratar de encontrar y de señalar presuntivamente un enemigo o incluso un mal que, de no ceder nuestras libertades, el Estado no podría asegurarnos un nivel efectivo de seguridad.
Por demás, es conocida en esta práctica discursiva que el enemigo es una generalidad, es decir, no se particulariza o individualiza quién o quiénes quieren hacernos daño o nos ponen en riesgo. Es una idea vaga de mal pululante y etérea que no logra aterrizar ni a perfilarse.
Durante el auge de las dictaduras latinoamericanas, las derechas militarizadas señalaban a un mal rojo encarnado -si eso es posible- en una ideología (como el comunismo). So pretexto de ello, cualquier elemento disidente -estudiantes, profesores universitarios, artistas u obreros-, resultaban los enemigos a vencer.
Las dictaduras de izquierda tampoco se quedan atrás, el enemigo a vencer es el imperialismo y el capitalismo que practica sangrías al proletariado. Por ejemplo, durante el asedio a Berlín en 1945, la paranoia era tal que, todos aquellos soldados soviéticos que convivieron con las tropas de los aliados y especialmente norteamericanas en el festejo del fin de la Segunda Guerra mundial en Europa, terminaron en Siberia.
Siempre ha habido un temor al otro, al extraño, al ajeno. De ello, el discurso político se aprovecha y en aras de tener manga ancha para hacer sin freno lo que se quiera, se inventa y sobredimensiona a un enemigo al cual, para hacerle frente, se exige el sacrificio a la población para conceder un fragmento de su esfera de libertades y derechos.
El punto es que la sociedad debería entender que mientras haya realmente un Estado de Derecho, con una Constitución fuerte y que como el país se guíe por la senda de la democracia, estos salvadores de pueblos y naciones están de sobra. Lo que siempre es peor, una vez cedida una parcela de libertad, jamás la devolverán, porque formará parte del nicho cómodo de seductores y pseudo héroes, sí, de la patria.