La paradoja del poder femenino
En vísperas del Día Internacional de la Mujer, México se encuentra en un momento histórico sin precedentes: por primera vez una mujer ocupa la Presidencia de la República y hay una Gobernadora en Veracruz. Este hito, que debería representar la culminación de décadas de lucha por la igualdad de género, nos invita a reflexionar sobre los verdaderos alcances de ello.
Sin duda, el país ha experimentado avances significativos en materia de paridad electoral y representación política femenina. La integración paritaria en gabinetes gubernamentales y órganos legislativos es hoy una realidad respaldada por la ley. Sin embargo, la deuda histórica con las mujeres mexicanas persiste y se manifiesta en múltiples dimensiones que van más allá de la representación política formal.
La violencia contra las mujeres continúa siendo una herida abierta en nuestra sociedad. Los feminicidios, lejos de disminuir, siguen siendo una realidad cotidiana que lacera el tejido social. Las agresiones contra mujeres y niñas persisten en espacios públicos y privados, mientras que la brecha salarial y la discriminación laboral siguen siendo obstáculos para el desarrollo pleno de la mitad de la población.
En este contexto, las palabras de la presidenta Claudia Sheinbaum durante su toma de posesión, afirmando que con su llegada al poder “llegaban todas las mujeres”, revelan una simplificación preocupante de la compleja realidad que enfrentan las mexicanas. Esta declaración contrasta dramáticamente con acciones como la exclusión de la ministra Norma Piña, primera mujer presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que no participó en la conmemoración del 5 de febrero pasado.
Este episodio no solo evidencia una contradicción fundamental entre el discurso y la práctica, sino que también plantea interrogantes sobre el verdadero compromiso con la causa de las mujeres más allá de la retórica política. La paridad no puede limitarse a una cuestión numérica o a la ocupación de espacios de poder; debe traducirse en políticas públicas efectivas que atiendan las necesidades apremiantes de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social.
La llegada de una mujer a la Presidencia genera expectativas legítimas sobre una mayor sensibilidad y compromiso con la agenda de género. Sin embargo, los primeros indicios sugieren que el camino por recorrer es aún largo y que la representación simbólica, por sí sola, no garantiza un cambio sustancial en las condiciones de vida de las mujeres mexicanas.
El 8 de marzo nos encuentra, así, en una encrucijada: celebrando avances históricos en la representación política femenina, pero conscientes de que la verdadera transformación requiere más que símbolos y discursos. Requiere un compromiso real con la construcción de una sociedad igualitaria, donde el acceso al poder no sea un fin en sí mismo, sino un medio para garantizar los derechos y el bienestar de todas las mujeres.
La verdadera prueba del liderazgo femenino en el poder no estará en las declaraciones grandilocuentes, sino en la capacidad de construir puentes, superar divisiones partidistas y trabajar de manera efectiva para erradicar la violencia de género, cerrar las brechas de desigualdad y garantizar oportunidades reales para todas las mujeres, independientemente de su filiación política o posición social.
X: @lorenapignon_