La pregunta secreta
“DEBO, NO NIEGO; PAGO, LO JUSTO” Teresa Carbajal
No dan ni las siete de la mañana de jueves, y me despierto con el mensaje de una amistad que lleva años sin escribirme.
De inicio me da gusto saber de ella, pues entre la pandemia, el correr de la vida y otros temas, así vamos perdiendo el contacto con las amistades. Después de un breve saludo de, cómo estas, me escribe para decirme que necesita un favor.
Espero unos minutos para saber qué es lo que sigue, y después de ello me dice que necesita una suma de dinero; algo no va bien con la conversación, porque después de tanto tiempo, es raro que alguien por muy apurado que se encuentre.
No se tome la molestia de enviar un mensaje de auxilio, sin por lo menos argumentar la emergencia. Recordé entonces el conocido móvil de las estafas, acerca de pedir dinero a los contactos del número de la persona a quien han robado la identidad.
Aprovechándose del cariño o las consideraciones de quienes, por algún motivo, están registrados en nuestro directorio; así también del factor sorpresa, y del desconocimiento de las estadísticas.
Han sido tantos años de enterarnos a diario de nuevas víctimas, que, al día de hoy, ya se usa como broma; mientras van en aumento, los avisos de las personas a cuyo nombre lo solicitan, alertando a sus conocidos para que eviten caer en el fraude.
Con todo eso, déjeme contarle que, cuando te pasa; sí es verdad que, de inicio crees. Crees que se trata de tu amigo, amiga, del otro lado de la línea, quien está en un apuro.
Recordé entonces una reciente recomendación que se ha dado para casos de este tipo, pues no puedes continuar con la conversación, aceptar o enviar archivos, dar click, ni hacer más comentarios, por tu propia seguridad.
La pregunta secreta. Dicen los expertos que siempre hay una pregunta infalible, sobre algo en común que solo sepan el interlocutor y tu, y que responderá sin problema si se trata de la persona correcta.
Pues aun escuchando su voz, tu inteligencia puede ser ofuscada por alguien que haya clonado la voz de tu amigo, o familiar.
Una pregunta que debes deslizar al estafador en el primer momento, pues los primeros tres minutos (no necesitan más) son los minutos claves para “enganchar”.
Así, después de la alegría de recibir el contacto, sentí la tristeza de que este contacto pasó a formar parte de las filas de aquellos a quienes les roban su whats app, y los números de todos los que aparecemos en su dispositivo móvil.
Enseguida de la tristeza le hice la pregunta clave, ¿cómo está tu hijo? Es indudable que quien estaba operando desde la clandestinidad su directorio, sintió que estaba a punto de perder a su víctima.
Y me respondió con más urgencia, “necesito cinco mil pesos”. Guardando silencio respecto a darme razón del estado del hijo. Insistí, como se hace ahora, con un signo de interrogación (?).
Y me respondió; “si no puedes con los cinco mil, cuanto es lo más que me pudieras prestar”. Pero ese sería el último mensaje que me pudo enviar.
Es lamentable que todos estos casos sigan sucediendo, sin que nada ni nadie pueda parar el hampa digital, no hay quien los persiga, ni quien los pare. No hay leyes, no hay instituciones competentes, no hay tecnología que les vea siquiera el polvo a estos hábiles personajes.
Para muestra un botón, la desarticulada banda del World Trade center que operaba en la Ciudad de México, hace no mas de tres años, con el giro de “montadeudas”, mediante un operativo policiaco y cibernético en donde después de capturados sucedió que los verdaderos criminales se ubicaban en otro país y no en México.
De tal suerte que, por ahora, y no sabemos hasta cuando la auto protección, y la prevención son nuestros únicos aliados, en esta lucha contra la ciberdelincuencia.
Por ello conviene seguir abonando al tema, seguir hablando de lo que sucede, e implementando nuevas técnicas de ingeniería social que nos funcionen al momento de recibir un ataque.
Es un hecho la pregunta secreta o clave, sirve. Y vale mucho la pena que las familias, los grupos sociales, los amigos dialoguen sobre alguna idea que sirva para echar abajo la máscara de alguien que, a nombre de otro, pretende obtener un beneficio económico a costillas de alguien que, tomado por sorpresa, acude sin cuestionar al llamado de la emergencia del ser querido.