Al final Zedillo es un resultado de su momento: un economista mediocre, un político desastroso que prefirió nunca reconocer a la oposición en Tabasco y Yucatán a dar por perdido al PRI y que, a decir, de Francisco Labastida, el candidato que perdió contra Fox, Zedillo habría negociado el cambio hacia el PAN por el préstamo de 20 mil millones de dólares al Gobierno de Estados Unidos en 1995.
Alguien convenció al expresidente del Fobaproa, las masacres de indígenas, y el golpe de Estado a la Suprema Corte de Justicia, Ernesto Zedillo, de que sería buena idea que él publicara un profundo, por insondable, ensayo en la revista Letras Libres dirigida por Krauze. Usted no me la va a creer pero Zedillo se estrena como historiador, estadista y profeta, en un gran combo en el que nos brinda su visión de la historia de México. De la Independencia, este prócer escribe, refiriéndose a las cuatro transformaciones: “La primera fue aquella en que déspotas y caciques transformaron la prometedora independencia de la joven Nación en miseria para el pueblo y en pérdida de gran parte del territorio nacional”. La creación de la Nación mexicana, la primera revolución popular de independencia de España, los Sentimientos de la Nación de Morelos y la primera Constitución, para el eminente doctor Zedillo se reducen a Antonio López de Santana y la invasión estadunidense. A lo mejor cuando estudió en Yale le quitaron páginas al libro de texto gratuito de historia de quinto año de primaria. De la segunda transformación, hasta eso, sí menciona a Benito Juárez pero, extrañamente no pone el nombre del dictador que tanto admiran los neoliberales, el General Porfirio Díaz. Zedillo cree que no nombrarlo es homenajearlo y escribe: “Por desgracia, la ambición de poder de un gobernante terminó por volcarse contra los ideales de la Constitución liberal y transformó la Reforma en una prolongada dictadura”. Con un dictador innombrable, quizás porque Porfirio Díaz sigue siendo el ideal de gobernante de la élite del ITAM, Zedillo sigue luciendo sus conocimientos de historia nacional y escribe: “Cuando concluía el siglo xx, los mexicanos logramos por fin decir con orgullo que pertenecíamos a una Nación con auténtica democracia, la misma que ahora los gobernantes de Morena están transformando en otra tiranía”. El doctorsísimo Zedillo no nos dice qué mexicanos decían con orgullo —en medio de las matanzas de campesinos en Acteal, El Charco, Aguas Blanca y el Bosque, en medio de los fraudes electorales en Tabasco y Yucatán, en medio de el autócrata Presidente de la República eligiera a dedo a los ministros de la Suprema Corte y a los consejeros del IFE—, en medio de todo eso, digo que Zedillo no nos dice qué mexicanos celebraban con orgullo y sacaban las banderas tricolores porque vivían en democracia. A continuación su eminencia Zedillo nos lo aclara cuando escribe: “Desde el fin de la lucha armada revolucionaria en la década de 1920, nuestro país fue uno en el que los poderes Ejecutivo y Legislativo se renovaban periódicamente mediante elecciones regulares y multipartidistas, aunque limitadas”. Ya sabemos cuáles mexicanos piensan que vivían en una democracia: Zedillo y los priistas. Porque llamarle elecciones regulares al robo de urnas, la presión de los líderes charros para que sus trabajadores votaran por el PRI, la ejecución, encarcelamiento y desaparición de los opositores, es una falsificación de la palabra “democracia”. Así también, Zedillo ve “multipartismo” en el hecho de que sólo existiera un Partido Único, el suyo. Pues él que cree todas esas cosas seguro andaba celebrando la democracia. Pero insiste el distinguido ponente: “la estabilidad política que trajo el dominio de un partido único produjo un progreso económico y social significativo durante varias décadas y permitió la creación de instituciones importantes y útiles”. ¡La Conasupo bien vale una dictadura!