Ni una palabra


Atando Cabos    Denise Maerker

Hace ya dos semanas que Ximena Guzmán, secretaria particular de Clara Brugada, y José Muñoz, coordinador de asesores de la jefa de Gobierno, fueron brutalmente asesinados. Su estrecha cercanía con la jefa de Gobierno convirtió sus muertes en una inquietante señal. Pero, ¿señal de qué? ¿Quiénes osaron atacar de esa forma a las máximas autoridades de la ciudad? Seguimos sin saberlo y, a juzgar por la forma en que se han comportado las autoridades, es muy probable que nunca lo sepamos.

En vano hemos esperado una nueva conferencia de prensa de la fiscal general de la Ciudad de México, Bertha Alcalde, para compartirnos los avances de la investigación. Una sola vez, 30 horas después del atentado, salió a informar. Desde entonces, nada.

Lo que se sabe es poco, pero suficiente para alimentar la inquietud y las especulaciones porque los asesinos de Ximena y José sabían muy bien lo que hacían. Eligieron con precisión el lugar y el momento: cada mañana, Ximena pasaba a recoger a José en la esquina de Calzada de Tlalpan y la calle Napoleón. Estuvo cuidadosamente planeado: hay evidencias visuales de la presencia del asesino en el lugar del atentado días antes. El asesino utilizó guantes y un arma sin antecedentes balísticos. La huida fue todo menos aleatoria y desenfrenada. Los asesinos (cuatro según las autoridades) mostraron un conocimiento muy preciso de la zona: evitaron las avenidas principales y los arcos de detección, circularon por calles secundarias donde hay menos cámaras haciendo mucho más tardado el seguimiento de su trayectoria. “Se fueron más rápido y más lejos de lo que suelen hacer quienes cometen estos crímenes”, así me lo resumió uno de los encargados de la investigación. Y lo consiguieron: las autoridades no pudieron seguirlos, y hoy están intentando dar con ellos a través de métodos más complejos e inciertos.

Del lado de las autoridades, los tropiezos. Algunas cámaras que no funcionaron, pero que no impidieron, me aseguran, que se conociera la ruta de escape. El casco que tardó en aparecer porque los policías del sector Nativitas se lo robaron (práctica que no nos puede sorprender) y sólo cuando entendieron la magnitud del evento lo devolvieron. Por cierto, la fiscal Bertha Alcalde no nos lo informó así cuando se lo preguntaron los periodistas. Nerviosa y confusa nos transmitió que nunca se había perdido la cadena de custodia (ya sabemos que las fiscalías no son autónomas, pero qué inquietante es constatar que se quedan callados ante un hecho de máxima relevancia y que, cuando hablan, optan por protegerse entre ellos).

A partir de ahí, lo demás es oscuridad y pleitos. Acusaciones del gobierno federal contra la fiscal por haber salido a informar de más (sí, increíble), disputas sobre quién lleva o debería llevar la investigación, crispación entre ellos (hay que recordar que el homicidio ocurrió en medio del mes horribilis de este gobierno), temor de cometer errores y ser regañados. En fin.

Cualquier especialista en criminología sabe de la importancia de las primeras horas, cuando los investigadores aseguran un indicio que les permite jalar de ahí para acercarse a los asesinos y encontrar su motivación. Eso ya no pasó.

La probabilidad de que nosotros sepamos quién fue y por qué lo hizo, ya es muy remota, la pregunta es si Clara, Pablo, Omar y la Presidenta, sí lo saben.
https://www.milenio.com/opinion/denise-maerker/atando-cabos/ni-una-palabra