Un maestro de periodistas
Sin tacto Sergio González Levet
En las últimas dos entregas me he dedicado a dar vueltas a la delicada, necesaria y en este sexenio ausente relación entre la prensa y el Gobierno. A semanas de que termine el preocupante periodo de Cuitláhuac García Jiménez como Gobernador, las condiciones de la entidad hacen agua por todas partes, dicho en sentido figurado y de igual forma de la manera más objetiva.
Junto a la desgracia estatal vertida en todos los rincones por falta de obras necesarias, por la displicencia de las autoridades emanadas de Morena, por la incapacidad supina del líder del equipo gobernante, por la falta de ética, por la corrupción rampante, por las mentiras continuadas… junto a esa desgracia, digo, está también la que ha sufrido “en su lengua y en su gesta” el conjunto de la prensa estatal, que ha sido ignorada en el caso menos violento aunque muy dañino, y agredida, calumniada y violentada -hasta la muerte en varios momentos, por desgracia- en la perenne situación que sufren los comunicadores ante la falta de sensibilidad y de conocimiento de quienes deberían dirigir los destinos de Veracruz hacia mejores derroteros.
Estamos a punto de finiquitar el infierno de este sexenio y como comunicadores tenemos, tal vez la oportunidad, de retomar el rumbo de nuestra profesión, si es que volviéramos a ser interlocutores de Gobierno, espejo del poder, reflejo refractario de las acciones de la administración pública.
Ante esa perspectiva, los reporteros tenemos la obligación de tratar de ser mejores, más profesionales, totalmente éticos, para presentar un frente sólido y preparado que pueda dialogar de tú a tú con la nueva autoridad, que tenga herramientas intelectuales para restablecer las relaciones perdidas.
Tenemos que tratar de ser como ese gran reportero de Veracruz que es Luis Velázquez, modelo y ejemplo de buena prosa -como debe ser para los que piensan que redactar es un mal necesario de la profesión-.
Desde el aula y desde las tribunas que ha emperifollado con sus notas cáusticas, oportunas y geniales las más de las veces, Luis ha enseñado a la cauda de sus discípulos agradecidos cómo se debe ejercer este oficio que insiste en volverse profesión.
Como una voz que clama en el desierto, el maestro Velázquez atiza desde el fuego inagotable de su pasión contra esas aulas que no enseñan bien lo que es buscar ansiosamente la noticia, fabricar con artificios las fuentes que dan el sustento noticioso, arriesgar el pellejo en cada publicación, ser artista y creador desde la pantalla en blanco de la computadora.
Yo que nunca doy consejos me permito uno ante el peligro de extinción de nuestra especie: tratemos todos de ser tan buenos periodistas como Luis, tan geniales para escribir, tan lectores siempre ávidos, tan valientes críticos, tan profesionales verdaderos.
Ahí tenemos la muestra… y el reto.