De vuelta a la transición

Agustin Basave

El cajon del filoneismo

El cajón del filoneísmo   Agustín Basave

¿Cómo ve un demócrata al adversario? A menudo con enfado o desdén, pues le suele disgustar lo que representa, pero nunca como un traidor a la patria cuyo triunfo es moralmente imposible. ¿Y cómo reacciona un demócrata cuando gana? Modera su discurso, da la mano al vencido y aun cuando no lo necesite en el corto plazo le tiende puentes en aras de la futura gobernanza plural. Y sobre todo, acepta la eventualidad de una derrota y, en tal caso, reconoce la legitimidad del posible gobierno adverso; es decir, no usa su mayoría para perpetuarse legislando inequidades que destinen a su oposición a una marginalidad inveterada.

La postura del presidente López Obrador tras su arrolladora victoria muestra su vocación autocrática. Lo ganó todo, empoderó a quienes le dio la gana empoderar y ni así pudo ser magnánimo con la alianza derrotada. Dedicó varias mañaneras a burlarse de ella, a restregarle en la cara su inferioridad electoral. Y no esperó ni un minuto para apretar tuercas en torno al paquete de reformas para la nueva hegemonía. A controlar el Poder Judicial se ha dicho, que el Ejecutivo y el Legislativo ya están a sus pies. Aunque, claro, no está de más amarrar la sobrerrepresentación en el Congreso mediante la eliminación de los plurinominales.

Gran parte del obradorismo ha adoptado una actitud antidemocrática. Ganamos, dicen, ergo tenemos la razón. La 4T es el paraíso terrenal. No importa que las encuestas, esas cuya precisión reivindican, digan que la misma gente que aprueba a AMLO reprueba sus resultados en casi todos los rubros: seguridad, salud, corrupción. El voto mayoritario, asumen, entregó las escrituras de la verdad absoluta, y no provino del carisma y de la popularidad de AMLO sino de la impecabilidad de sus políticas públicas y la eficiencia de su administración. ¿El número de asesinatos, que superó los de los sexenios anteriores? ¿El fiasco del Insabi, que tiró una millonada a la basura? ¿El saqueo de Segalmex, más grande que la estafa maestra? Quejidos de conservadores. Cualquier crítica enfrenta el argumento sufragista: ganamos, somos superiores, tráguense sus palabras con todo y boletas electorales y actas. A callar y obedecer, perdedores.

La descalificación, sin embargo, es lo de menos. Es el afán de perpetuidad lo que asusta, la irreversibilidad del credo en tiempo real que emana de la boca del profeta. Los juzgados operados por siervos de la nación con togas guindas, el fin de la pluralidad en las cámaras, la entronización de las fuerzas armadas como guardianes del legado de AMLO, he aquí lo preocupante. Los libros de texto, las escuelas, todo habrá de garantizar el adoctrinamiento. ¡Y todavía hay quienes se escuecen cuando hablo de pensamiento único! ¿La presidenta Sheinbaum? Cuando esté en condiciones de sacudirse el nuevo maximato, si quiere y puede pintar su raya de quien considera la encarnación del pueblo, habrá que buscar la democratización institucional bajo los escombros de la demolición, pues la anestesia de los programas sociales prolongará la aquiescencia popular.

Algunos dicen que nuestra transición democrática se dio entre 1977 y 1997; yo digo que quedó trunca. En todo caso, quiero escuchar las voces que quieran refutar mi vaticinio: habrá que empezar de nuevo. Vamos de vuelta a la transición.
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