
Anarquía democrática
Tercero Interesado Carlos Tercero
Salvo algunos cuantos, con tendencias dictatoriales o totalitarias, el concepto de la democracia nos une a la inmensa mayoría; por tanto, difícilmente alguien se puede expresar en su contra, especialmente en estos tiempos en los que todo lo que se diga debe ser políticamente correcto para no incomodar a minorías que, sumadas, hacen mayoría y resultan más frágiles que un mazapán, con una hipersensibilidad que las vuelve proclives a ofenderse por cualquier cosa.
Sin embargo, vale la pena detenerse a reflexionar si el “exceso de democracia” que hoy confunde libertad con libertinaje, que equipara la no represión con la permisividad absoluta y tolera que la libre manifestación degenere en delincuencia impune, no está, en realidad, debilitando la estructura misma de los gobiernos que deben garantizar la ley y el orden. Vivimos en un supuesto Estado de derecho que cada día tiene menos Estado y mucho menos se basa en el Derecho, cediendo el espacio para brotes anárquicos que destruyen no solo la gobernabilidad, la armonía y paz social, sino la imagen país a menos de un año del Mundial de fútbol, oportunidad envidiable para incrementar el ingreso de divisas con la consecuente derrama y recuperación económica que urge al país y que está pasando a segundo término dado que, cualquier intento de aplicar la ley se enfrenta de inmediato al estigma de represión o autoritarismo, sin considerar que, sin autoridad legítima, la democracia se vuelve rehén de grupos de presión que amplifican sus exigencias al costo de la gobernabilidad.
Son ya demasiadas señales de las cuales se está haciendo caso omiso: bloqueos de carreteras, ocupaciones de instalaciones estratégicas, destrucción de infraestructura pública, daños a bienes comunes, comercios y espacios de encuentro ciudadano, son ejemplos cotidianos de una permisividad transformada en pasividad gubernamental. Tal vez todo comenzó cuando dependencias antes fuertes y respetadas, encargadas de la gobernabilidad interior y seguridad nacional, se redujeron a simple oficialía de partes de los conflictos y buzón de las frustraciones de quienes se sintieron agraviados por la fuerza e inteligencia del Estado al que más tarde se integraron con ánimo de revancha política, de resentimiento social que ha debilitado y en algunos casos desaparecido eslabones importantes de la cadena institucional que sostiene la vida y función pública nacional. En el momento en que se perdió el respeto, que se fomentó incluso dicha pérdida, fue el gran comienzo del deterioro al orden social, que ha convertido al Estado en un espectador pasivo de los conflictos, temeroso de intervenir por miedo a la condena pública.
Las minorías organizadas, conscientes de su valor electoral, operan con la certeza de que su número puede inclinar una elección y garantizarles concesiones que rayan en la impunidad, en una transacción disfrazada de diálogo democrático que alimenta la idea de que la fuerza de la multitud justifica violar normas, contratos y derechos de los demás. En este punto, la democracia deja de ser un régimen de libertades y se convierte en víctima de la extorsión política. La libertad solo es posible cuando se ejerce dentro de un marco de normas y reglas claras, bajo un Estado de derecho aplicado, sin titubeos ni favoritismos; ceder el monopolio de la fuerza legítima equivale a renunciar a la función misma de gobierno. Gobernar no es solo escuchar: es decidir, garantizar el orden, proteger a la mayoría y equilibrar derechos y obligaciones sin sacrificar el interés común.
Hoy México se encuentra ante oportunidades de inversión, foros globales y un Mundial de Fútbol que proyectará su imagen ante millones de ojos en todo el mundo. Pretender atraer confianza, capital y turismo mientras se toleran bloqueos, chantajes y delitos sin castigo es, cuando menos, una contradicción estratégica. Ningún inversor apuesta por la anarquía, ningún ciudadano se siente seguro donde la ley se convierte en ornato y ningún país puede sostener su crecimiento si la autoridad abdica de su responsabilidad. La democracia no es solo el derecho a disentir y manifestarse, es también, la obligación de coexistir bajo normas comunes, garantías recíprocas y consecuencias claras para quien rompe el equilibrio.