El caso Sasha Sokol: justicia después del silencio


Diacrítico  Eleaney Sesma

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) emitió la semana pasada un fallo histórico que marca un antes y un después en la protección de los derechos de las víctimas de abuso sexual infantil. Por unanimidad, la Primera Sala del máximo tribunal confirmó la condena civil contra el productor Luis de Llano Macedo, quien deberá indemnizar y reparar el daño moral causado a la cantante y actriz Sasha Sokol por los abusos cometidos cuando ella tenía solo 14 años.

Más allá del aspecto legal, este caso resuena profundamente en la memoria colectiva de una generación que creció con la música de Timbiriche, el grupo juvenil que definió toda una época en México. Para quienes fuimos niños o adolescentes durante los años 80 y 90, Timbiriche era más que un grupo musical: era un fenómeno cultural, un símbolo de alegría, rebeldía inocente y sueños por cumplir.

Canciones como «Soy un desastre», «Besos de ceniza» o «Tu y yo somos uno mismo» fueron parte de la banda sonora de millones de vidas. Ver a Sasha, Paulina, Benny, Diego y compañía en televisión o en conciertos era casi como ver a amigos cercanos triunfar. Había algo genuino en la forma en que esos niños y adolescentes se entregaban al escenario. Parecía un juego, un sueño cumplido. Lo que nunca supimos, al menos no entonces, era que, tras el maquillaje, los vestuarios llamativos y las luces del espectáculo, algunos de ellos sufrían en silencio.

Timbiriche: entre la nostalgia y la herida

Sasha Sokol era una de las integrantes más queridas del grupo. Su voz, su elegancia natural, su carisma sereno contrastaban con la intensidad y energía de otros miembros. Era imposible no admirarla. Por eso, para muchos, su revelación en 2022 sobre el abuso que sufrió por parte de Luis de Llano fue un golpe a la nostalgia. Nos obligó a mirar con otros ojos esa etapa dorada del pop mexicano.

El caso ha despertado no solo indignación, sino también una reflexión colectiva: ¿cuántos ídolos juveniles fueron expuestos a situaciones similares? ¿Cuánto dolor quedó sepultado por el éxito comercial y la fama temprana?

Luis de Llano no solo era productor de Timbiriche; era una figura central en la industria del entretenimiento juvenil. Tenía poder, influencia y acceso total a la vida de los menores que dirigía. Sasha ha sido clara al nombrar lo que vivió: abuso, manipulación, mentira. No fue una “relación” como él intentó justificar durante años. Fue un crimen disfrazado de confianza y cercanía profesional.

La justicia que no prescribe

La resolución de la SCJN no solo ratifica la condena contra De Llano —quien deberá ofrecer una disculpa pública, tomar un curso de prevención de abuso y abstenerse de hablar sobre la víctima—, sino que establece jurisprudencia histórica: en los casos de abuso sexual infantil, no aplica la prescripción en la vía civil, lo que abre un camino de justicia para otras víctimas.

El proyecto del ministro Jorge Mario Pardo Rebolledo reconoce que muchas víctimas no tienen las herramientas para entender lo que les ocurrió sino hasta años después, cuando cuentan con madurez, redes de apoyo o simplemente el valor para hablar. Aplicar plazos rígidos a esos procesos internos sería revictimizar y negar el acceso a la justicia.

Hoy, la justicia ha hablado. Y aunque no borra lo vivido, sí honra la verdad, reconoce el daño y pone fin a una narrativa de silencio que duró más de treinta años. Sasha Sokol no solo recuperó su voz. Se convirtió en un símbolo de resistencia, de dignidad y de lucha por un futuro en el que ninguna víctima vuelva a tener que esperar tanto para ser escuchada

Una voz que empodera

En su perfil personal de X, antes Twitter, Sasha escribió: “A los catorce años no tuve herramientas para comprender lo que me estaba pasando, mucho menos para defenderme… Hoy tengo en mis manos las riendas de mi vida y puedo cuidarme. Estabilizar la verdad es el principio de la reparación.”

Sasha también señaló que «ninguna sentencia por sí sola tiene la capacidad de reparar tanto daño», pero reconoció el valor del proceso judicial para devolverle el control de su vida. Su testimonio se ha convertido en una referencia clave para otras víctimas que, como ella, han vivido años en silencio.

Su caso ya no es solo personal. Es político, cultural, generacional. Representa una grieta en el muro de la impunidad, pero también un acto de valentía que dignifica a quienes han callado por años.

Y así, mientras la música de Timbiriche sigue sonando en fiestas, karaokes o recuerdos, hoy resuena con una nueva carga emocional. No se trata de dejar atrás esa nostalgia, sino de mirarla con conciencia. De reconocer que incluso las épocas más luminosas pueden tener sombras, y que el acto de justicia también es un acto de memoria.

Porque lo que comenzó como una banda juvenil símbolo de alegría, hoy nos recuerda que crecer también implica mirar de frente a las verdades incómodas del pasado. Y que decirlas en voz alta, como lo ha hecho Sasha, es una forma poderosa de sanar.