La Jornada Editorial La Jornada 19 de mayo de 2025
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Europa: avanza la ultraderecha.
Las elecciones realizadas ayer en Portugal dieron por ganadora a la derechista Alianza Democrática (AD), que encabeza el primer ministro Luis Montenegro, en tanto que el Partido Socialista llegó como segunda fuerza, pero seguido de cerca por la organización de extrema derecha Chega, que se situó en tercer lugar. En Rumania, aunque derrotada por el centrista Nicusor Dan, la ultraderechista Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR), dirigida por George Simion, se consolidó como el segundo partido más votado.
En otra de las jornadas comiciales del domingo en Europa, el europeísta Rafal Trzaskowski, de la centrista Coalición Cívica (KO), apenas logró adelantar a su rival de Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco), el ultraconservador Karol Nawrocki, aunque el resultado definitivo deberá dirimirse en una segunda vuelta dentro de dos semanas.
En el caso de Portugal, el alza de la extrema derecha resulta particularmente descorazonador si se tiene en cuenta que hace 50 años la población civil y los militares de ese país ibérico protagonizaron la llamada Revolución de los Claveles, que puso fin a una dictadura fascistoide muy semejante al franquismo vecino y que se había mantenido en el poder durante medio siglo.
Aunque en lo inmediato las corrientes de ultraderecha y neofascistas no han logrado hacerse con el poder en ninguno de los tres países europeos que ayer fueron a las urnas, los resultados reafirman su progresivo avance hacia el poder y el retroceso tendencial de las formaciones socialdemócratas y de derecha a secas en el viejo continente.
Tal escenario presenta una perspectiva alarmante, si se considera el avance mundial de la extrema derecha, que gobierna ya en Italia, Estados Unidos, Argentina y otros países, y lo que ello conlleva en el sentido del reforzamiento del autoritarismo, el desprecio a la legalidad, el atropello a los derechos humanos, el acotamiento o la supresión de libertades, la regresión en materia de protección al medio ambiente y el fortalecimiento de la xenofobia, el racismo y el chovinismo, además de la implantación de políticas públicas que perjudican a los menos favorecidos, entregan el Estado en bandeja de plata a los potentados y las grandes corporaciones.
No debe soslayarse, sin embargo, que en Europa este fenómeno no necesariamente surge de un atractivo programático intrínseco de la ultraderecha, sino que es alimentado en primer lugar por el agotamiento y la claudicación de los partidos socialdemócratas, democristianos, laboristas y liberales tradicionales, los cuales fueron reduciendo la vida política a una mera alternancia en el poder de nombres y siglas y terminaron por convertirse en administradores del modelo neoliberal que destruyó buena parte de las conquistas sociales logradas en el viejo continente durante la segunda mitrad del siglo pasado.
En ese contexto, el desencanto y la frustración de las mayorías ante la erosión de las condiciones de vida de éstas, el deterioro de la institucionalidad y la pérdida de sentido de la política han sido, en conjunto, el terreno fértil para nutrir partidos y movimientos autoritarios, patrioteros, antimigrantes, contrarios a los derechos de mujeres y minorías y vendedores de quiméricos resurgimientos nacionales.
Cabe esperar, por último, que las sociedades europeas sean capaces de organizarse para enfrentar este peligroso fenómeno, cuyos antecedentes ideológicos en Alema-nia e Italia condujeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial y a una destrucción generalizada.