¿Qué perdemos con la actual tecnología?

Oscar De la Borbolla

Opinion

Si existe algún momento en el que uno puede estar consigo mismo, es durante el acto de escribir; no importa si lo que se crea vale o no la pena, pues el beneficio está en el recogimiento, en ese instante de soledad fructífera en el que uno se explora y se descubre.

Estaba tan harto del texto predictivo, de que a cada palabra que yo escribía el procesador de mi IPad me ofreciera el término que «debía» continuar, que decidí, para redactar por mí mismo la presente columna, tomar papel y pluma. Confieso que ya no soporto lidiar con la intromisión cooperativa de la IA, pues cuando uno quiere descubrir lo que se le ocurre, encontrar una idea o exponer el propio punto de vista, resulta insufrible que la pantalla, el procesador o el diablo le ofrezca a uno lo que sigue.

Si existe algún momento en el que uno puede estar consigo mismo, es durante el acto de escribir; no importa si lo que se crea vale o no la pena, pues el beneficio está en el recogimiento, en ese instante de soledad fructífera en el que uno se explora y se descubre. La escritura no puede estar asistida, el asistente estorba; ya de por sí, uno trae en la conciencia demasiados ecos, demasiados lugares comunes de los que debe huir, para, todavía, tener que defenderse de lo que la pantalla va sugiriendo, va imponiendo…

Y también estaba harto de ser distraído por las notificaciones que constantemente se encienden interrumpiendo mi concentración; me refiero a esos letreros impertinentes que anuncian lo que acaba de publicar esta o aquella persona que puede o no importarnos, pero que no deberían aparecer cuando uno está escribiendo.

El papel y la pluma me han devuelto mi autonomía. Es una hoja blanca donde no hay siquiera renglones establecidos, y donde escribo AUTONOMIA con puras mayúsculas y sin tilde, pues en esta hoja nadie me corrige nada. Me siento bien, y ahora sí, salvo los ruidos lejanos que vienen de la calle, me pregunto a mis anchas por lo que la actual tecnología nos ha hecho perder. ¿Qué hemos perdido?No puedo responder, me siento inseguro, pues desde aquí me resulta imposible consultar la Internet para ver lo que se sabe del asunto. ¿Qué hemos perdido?, me repito frente a la hoja en blanco y sin contar con nadie más que conmigo. Mi interrogante rebota y ahonda esta hoja donde no hay nada más que lo que yo mismo llevo escrito. Y me quedo un largo rato pensando hasta que doy con la respuesta: lo perdido es la autosuficiencia, la capacidad de hacer y decidir por uno mismo. Pero, ¿habrá alguien a quien todavía le preocupe la autosuficiencia?, ¿o será una virtud tan oscurecida que ya nadie es capaz de apreciarla?

Precisemos el concepto, porque a veces la «autosuficiencia» se confunde con no depender de nada y haber llegado al mundo con una individualidad innata. No, los seres humanos somos siempre el resultado de la interacción con los otros y con lo otro. Nunca somos puros, estamos compuestos por lo que adquirimos de los demás y por los medios que están a nuestro alcance; en pocas palabras, nuestra autosuficiencia es la capacidad de valernos por nosotros mismos, o sea, valernos con lo que hemos logrado incorporar en nosotros o con lo que literalmente cargamos en nosotros: lo que uno es lo sigue siendo se vaya o no la luz; lo que uno es no depende de las cosas que tenga ni de lo que aparente ser: lo que uno es está fincado en lo que puede hacer por sí mismo y esto es lo que hemos perdido con la actual tecnología. Creemos que nos potencia porque, en efecto, nos hace más capaces, pero esa capacidad nos ha hecho perder autosuficiencia. Somos tan poquito nosotros mismos que, como el Mago de Oz, somos tan solo aquello que acciona unas palancas o, si se prefiere, unas teclas.